La Ciudad

La frase que abrió paso a la carrera estelar de Emanuel Ginóbili

Una noche de septiembre de 1995, el bahiense jugó su primer partido en la competencia federal argentina en Mar del Plata. Y desde allí se produjo el nacimiento de un jugador extraordinario.

Por Marcelo Solari

“¡Dale Sepo, entrá!”. La frase, aunque para muchos pueda ser una novedad, se ganó su notoriedad en el ambiente del básquetbol. Pertenece al entrenador Oscar “Huevo” Sánchez, el testigo privilegiado del debut de Emanuel “Manu” Ginóbili en la Liga Nacional.

Ocurrió en Mar del Plata, el 29 de septiembre de 1995, hace ya casi 24 años, en el Polideportivo “Islas Malvinas”.

El escolta bahiense jugaba en Andino de La Rioja, que esa noche visitó a Peñarol. Y la confusión con su hermano Sebastián (“Sepo”) dejó marcada con una cómica referencia a la noche del estreno de quien se convertiría en el mejor basquetbolista argentino de la historia.

Sánchez es una de las personas que más conoce al zurdo surgido en Bahiense del Norte y, desde siempre, para él, cada vez que lo nombra nunca será “Manu”, “Gino” o “Ginóbil”, sino simplemente Emanuel.

-¿Qué recordás especialmente de aquella noche?

-Me acuerdo de esa famosa frase que le dije: “¡Dale Sepo, entrá!”. Yo estaba muy metido en el partido y lo vi sentado en el banco, de perfil, con esa nariz inconfundible que tienen y siempre los cargo. Y me confundí… Se hizo más famosa por todo lo que consiguió él a lo largo de su carrera.

-¿Y cómo lo viste? Las crónicas cuentan que hizo un buen trabajo para tratarse de su primer partido…

Era imposible imaginar todo lo que Emanuel iba a conseguir más adelante. Hace poco, repasando todas las situaciones, jugada por jugada, de aquel partido, hizo muchas cosas por tratarse de su partido debut. Incluso en esa misma temporada, en un play-off contra Atenas, en Córdoba, me acuerdo que lo mismo que después hizo en Europa y en la NBA, ya lo hacía en acciones similares en sus comienzos en nuestra Liga. Con menos físico y menos capacidad atlética, pero la misma idea. La finta, el tiro, la penetración poniendo el cuerpo.

“Me acuerdo de esa famosa frase que le dije: “¡Dale Sepo, entrá!”. Yo estaba muy metido en el partido y lo vi sentado en el banco, de perfil, con esa nariz inconfundible que tienen y siempre los cargo. Y me confundí…” 

-En principio, sería justo decir que en aquel debut no se dejó vencer por la timidez…

-Cuando recién llegás, a la NBA o a cualquier competencia, lo primero que te dicen es “no hay que hacer cagadas”. Traducido, en lo posible, tratar de pasar inadvertido, no perder pelotas, no tomar malos tiros. Emanuel siempre tomó el riesgo. Y la mayoría de las veces le salió bien. Y aquella noche del debut metió tres triples (N. del R.: sobre 7 intentos, y totalizó 9 puntos en 13 minutos en cancha).

-¿Te acordás por qué decidiste que entrara?

-El era uno de los suplentes con Gabriel Díaz y Gustavo Oroná. Y tuvo una convivencia con extranjeros muy buenos como Carl Amos, Kenny Simpson, Sam Ivy o Brian Shorter, que lo ayudaron mucho. Eran tipos que en las prácticas te comían el hígado. Y Emanuel iba al frente como loco. Porque además de otras cualidades, siempre ha sido un jugador guapo, muy valiente, de no esconderse nunca. En la NBA, en un momento hacían fila para pegarle porque no les gustaba que a veces simulaba situaciones de foul. Y hay que aguantarse a eso “nenes”, eh! Y nunca dijo nada. Se levantaba calladito y agarraba la pelota para sacar o ir a a línea de libres.

“Manu” en su partido presentación.

-Habías dirigido a sus dos hermanos, Leandro y Sebastián. ¿Le veías a Manu un potencial mayor que a ellos dos?

-Era otra cosa. Cuando eran más chicos, Leandro parecía el mejor, porque era un muy buen lanzador. Y Sebastián era un jugador con muchos fundamentos pero sin carácter. Emanuel es el típico chico de club. Cualquier hombre de básquet sueña con tener la cancha a la vuelta de la casa. Y él la tenía. Se fue formando prácticamente solo, con horas y horas de entrenar y tirar al aro.

-¿Cómo se va preparando el debut de un pibe en la Liga? ¿Está planificado o se da según las circunstancias de un partido?

-Muchas veces, cuando dirigía en Quilmes, me cuestionaban que no yo ponía a los pibes. Yo siempre puse y pongo a los pibes. Pasa que una cosa es ponerlos por edad, y otra, por talento. Y yo los pongo por talento. Nosotros hicimos debutar a Pablo Gil, a Sepo y Leandro Ginóbili, a Mario Romay, a Rubén Wolkowyski, a Leonel Scatthmann, a Bruno Ingratta, a Luis Cequeira, a Hernán Jasen y a Emanuel, entre otros. Todos reclutados por mí. Eran jóvenes y los puse. Si son talentosos, ¡cómo no ponerlos! Qué más quisiera un entrenador. Ahora, si son pibes y no tienen talento, para mí tienen que seguir estudiando. Es muy simple.

-Obviamente nadie iba a pensar que iba a llegar adonde llegó e iba a tener la carrera que tuvo. Pero evidentemente, algo habías visto en él para llevártelo de tan chico a La Rioja…

-Sí, lo había visto por una consecuencia de que prácticamente lo había visto nacer. Yo dirigía Bahiense del Norte en 1978, el padre (Yuyo) era el dueño del club, la mamá (Raquel) me esperaba en la esquina con el cheque para pagarme el sueldo. La cocina de la casa de los Ginóbili, en Vergara 14 de Bahía Blanca, prácticamente era una sede de la Asociación. Sus hermanos, Leandro y Sebastián, habían estado conmigo y habían debutado en la Liga Nacional conmigo. Y él era el más chiquito y siempre estaba prendido. En mi casa, en los viajes, en las prácticas, en todo.

-¿Y también iba a tus campus?

-Sí, se anotó en dos seguidos, en 1988 y 1989. Fue campeón de tiros libres y de “uno contra uno”. Me acuerdo perfecto. Tenía 10 u 11 años. Ahí vi que tenía talento, como también lo tenía “Pancho” (Hernán Jasen) y los llevé conmigo a los dos a jugar a Andino. Pero nunca pensé que iba a transformarse en la clase de jugador que fue. Jamás hubiera imaginado verlo a él en el cierre de partidos de la NBA ubicándose en el eje de cancha, con todos sus compañeros mirando y esperando a que Emanuel definiera. Especialmente cuando los que miraban eran Tim Duncan o Tony Parker, nada menos. No lo pensé yo, ni la mamá, ni nadie.

-¿Ni siquiera él mismo?

-No lo sé. Su determinación siempre le permitió ir un poco más allá. Intelectualmente es un virtuoso. Desde que nació. Siempre estuvo interesado por todo, súper competitivo.

El muy joven Emanuel Ginóbili (18 años) era una de las últimas opciones en aquel Andino de La Rioja 1995/96.

-¿En cuánto lo pudo haber ayudado esa mentalidad?

-Para mí, en todo. Porque ningún crack como él, ningún jugador diferente como él, puede sostener semejante fama, semejantes niveles de superación a cada paso si no tiene el respaldo de una mentalidad tan fuerte. Yo toda la vida lo vi igual. Aún hoy, retirado. Y sigo sin darme cuenta qué fue más importante para que él haya logrado todo lo que logró: si su físico o su mente.

-Claro, siempre se resaltó su fortaleza mental, pero físicamente ha sido extraordinario también…

-Por sus respuestas físicas no parecía un jugador de raza blanca promedio. Más bien, como siempre dije, es algo así como un jugador de raza negra metido en el cuerpo de un blanco. Y una cabeza impresionante. Demasiado inteligente. Y de esa combinación salió lo que salió.

-Al margen de su indudable y extraordinaria capacidad, parece que también ha tenido esa cuota de suerte necesaria, ¿no?

-Además de su talento y su sabiduría, indudablemente ha sido un tipo con suerte.

-Igual, a la suerte hay que ayudarla. El la ayudó. Y de qué manera…

-Sí, pero te doy un ejemplo. El podría haber caído en Portland o en Charlotte. Pero cayó en San Antonio. Una franquicia hecha para él. A su medida. Un equipo en el cual el pase era el ingrediente más importante que tenía. Y Emanuel supo adaptarse a todo ese juego.

Te puede interesar

Cargando...
Cargando...
Cargando...